“Se dice que la motivación no dura mucho; pues tampoco el baño y es por eso que se recomienda hacerlo diario”. – Zig Ziglar, escritor estadounidense
Cuando se habla de ahorro en economías emergentes (o cualquier otro adjetivo técnico, ideológico o peyorativo con que se quieran calificar), existe una salida, no falsa, pero sí simplista: decir que la gente no ahorra porque no tiene recursos.
Evidentemente, existen sectores para los cuales su nivel de ingreso es el gran determinante que condiciona la orientación de su gasto, su nivel de vida y, consecuentemente, su posibilidad de canalizar recursos al ahorro; pero existen (por ejemplo en México) millones de personas que, con un ejercicio de racionalización de su gasto y mejores decisiones financieras, podrían estar, en mayor o menor medida, ahorrando.
Inclusive en ciertos sectores de ingreso reducido existe evidencia de casos concretos y experimentos –algunos de los cuales he mencionado en este espacio- de que con los vehículos adecuados y los motivadores correctos, es posible impulsar un cierto nivel de ahorro.
En particular destacan las llamadas clases medias en nuestro país, las que pese a que evidentemente vieron afectada su capacidad adquisitiva, de acuerdo con los indicadores disponibles publicados por el INEGI, han crecido como proporción de la población en la primera década del siglo XXI.
Aunque hay que mencionar que este dato no ha estado exento de cierta suspicacia, ya sea por quienes analizando otros datos llegan a conclusiones diferentes o por quienes sin analizar un solo dato ( con el solo alcance de su percepción personal) creen tener evidencia contraria.
En parte, estas diferencias de percepción se deben a que se sigue pensando en la clase media como aquella retratada por las viejas películas mexicanas, sin entender que los patrones de cambio demográfico y de urbanización que vivió México la transformaron radicalmente.
Pero con independencia de su tamaño relativo, la realidad es que los sectores medios, que pueden tener en el promedio una posibilidad de ahorro, no tienen esta práctica más que en una proporción reducida.
Por ello, a nivel internacional, se discuten cuáles son los aspectos que pueden propiciar un crecimiento de la proclividad de ahorro, más allá de los factores tradicionales previstos en la teoría económica clásica.Un primer elemento es que es fundamental identificar los disparadores de decisión de ahorro, los motivadores más profundos y conductuales que le den firmeza y solidez a la decisión. Las personas tomamos las decisiones y las acciones más firmes no por lo que se supone que es correcto actuar, sino por lo que individual y personalmente nos mueve.
Un segundo elemento es que se deben de buscar vehículos y esquemas de ahorro que sean de muy simple e inmediata concreción. El publicista Rory Sutherland afirma, por ejemplo, que la gente ahorraría más si en medio de nuestra casa tuviéramos un enorme botón rojo que al apretarlo nos quitara una cantidad de dinero fija y en automático la transfiriera a una cuenta de ahorro. El problemas es que hoy, para consumir, los incentivos permiten hacerlo de forma inmediata y casi inconsciente, mientras que para ahorrar se requiere un proceso más complejo.
Un tercer elemento es usar los momentos de racionalidad para tomar decisiones comprometidas, que nos amarren y eviten que nuestras acciones financieramente irracionales tomen todo el tiempo el control.
En estos temas, debe confluir la decisión personal con la capacidad del sistema financiero para crear vehículos que apoyen de manera efectiva a incrementar la proclividad de ahorro y a fortalecer así las finanzas de las familias en nuestro país.
*El autor es politólogo, mercadólogo, especialista en economía conductual y Director General de Mexicana de Becas. Síguelo en Twitter: @martinezsolares
Fuente: http://www.eleconomista.com
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